He decidido hacerme un blog.
A la antigua.
No lo había hecho hasta ahora porque tenía que sentirme decidida.
No me era necesario tener un objetivo claro, ni un plan, ni un gran por qué; simplemente me rondaba la idea de que me gusta crear, de que me gusta escribir cosas, jugar, escuchar, elegir colores, formas... y que me gusta compartir eso porque son las personas y la vida misma lo que me invita a crear.
Me siento viviendo.
No sé si haberme decidido implica que ahora "soy blogger", que estaré efectivamente creando y subiendo "contenido" con una frecuencia determinada. De pronto está esto entre los objetivos y está bien. Yo no tengo fecha ni hora para hacerlo, no prometo nada.
Pero tenía que sentirme decidida.
Es que tengo ganas.
Me gusta darle tiempo y espacio a esto por pequeño que sea.
Agradezco poder destinar parte de mi energía y recursos a esto. No es el gran tiempo espacio, pero es suficiente para sentir que es un regalo, que es algo que necesito, que es algo que me entrego y ofrezco al mundo, y que no puedo dejar de hacer porque me apago.
Bueno, a veces uno se apaga también, morir es parte de la vida, por eso no prometo nada.
Lo que sí prometo, creo, manifiesto, es que ese breve instante es salud para los seres humanos, sea como sea la manera en que le concibamos. Para sentirnos vivas es necesario contactar con la capacidad creativa, y eso puede ser de tantas formas y en instancias tan diferentes en la vida.
Sentir que podemos recibir el mundo y adaptarnos a él pero también transformarlo, incluso si es dibujando en la arena o escribiendo desde la cárcel.
Porque también nos transformamos en el proceso de crear. Y esto de crear sin receta, sin permiso, sin avales, sin promesas ni predicciones, es maravilloso porque es como jugar a hacer con el mundo, desde una postura "activamente receptiva". Como que conscientemente me dispongo a habitar el silencio interior, el sinsaber y el sinsentido, el vacío. Y entonces la vida trae melodías, palabras, ideas... como las imágenes que surgen antes de dormir, y que a veces nos llevan a barrancos que nos hacen despertar de súbito.
Así surgen destellos inesperados, y esa sorpresa la vivo hacia mí, hacia lo que sale a través de mí y, por supuesto, desde mi propio punto de vista. Pero esos destellos son algo que viene del mundo, desde siempre para siempre, mucho antes y después de mí. Suena complejo pero no lo es.
Es ese inocente orgullo ante el dibujo que hice en el jardín, donde veo que soy capaz de escribir mi nombre y pegar pelotitas de papel volantín con motricidad fina admirable. Que con las manos pude amarrar los cordones del zapato. Que ahora puedo inventar mundos, historias. Que puedo jugar a los roles, a ser y dejar de ser lo que sea en una realidad virtual paralela. Y todo eso implica admirar mis manos, mente, relatos, paciencia, ocurrencia.
Y puta que es divertido aliñar las ocurrencias, permitirse la locura de la infancia, recibir lo que me nace en el momento y seguirle la pista.
Ahí está para mí esa recepción de la vida que se crea y reproduce a sí misma, la recepción que sin pensarlo encontré tantas veces, y que hoy acepto como parte de una búsqueda activa.
Soy una cazadora recolectora de silencios y ocurrencias. Colecciono destellos, en una memoria prestada que eventualmente seguirá abonando el mundo que se manifiesta en todo.
Y que se manifiesta en mí.
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